domingo, 9 de diciembre de 2012

Más allá de los sueños

"Volveré a por ti. Volveré a buscarte. Siempre."


- ¿Y cuándo vendrás?

Él le devolvió la sonrisa.

- ¿Aún no me he ido, y ya me echas de menos?
- Tal vez es porque no quiero que te vayas...
- Pero no me voy. Nunca me iré. Siempre estaré aquí, contigo.

Y puso su mano, la de él, en su corazón, el de ella. Y tomó su mano, la de ella, y la puso sobre su corazón, el de él.

- De la misma manera -explicó- que tú siempre estarás aquí, conmigo.

Suspiro. Sonrisa tonta.

- Prométeme que volverás.
- Lo haré. Siempre volveré a ti. Siempre te encontraré.
- Entonces, vete. Y cumple con tu destino.
- Volveré a por ti. Volveré a buscarte. Siempre.
- Siempre.

Se aleja. Un reflejo, una nube de humo, un vaivén, y desaparece. Un rayo de sol. Un brillo de esperanza. Una luz en el corazón.

Un anhelo de que volverá. Una esperanza de que lo hará. Una promesa de un amor verdadero que retornará.

Y despiertas, y sucumbes de nuevo al sueño. Y otra vez, y otra, y otra más.

Con un enfoque difuminado enmarcando tus recuerdos y decorando tus lágrimas.

Con una mano en el corazón y otra en la suya. Que los sueños, sueños son; y la pesadilla, ya pasó.

"Y ahora duerme, princesa, que por ti ya velo yo."

lunes, 3 de diciembre de 2012

Esta noche dominaremos el mundo

"Esta noche dominaremos el mundo."


Esta noche dominaremos el mundo.

Lo haremos sin prisas, y sin remordimientos. Lo haremos despacio, sin miramientos. Tú no mirarás, y yo volveré la vista. Lentamente, paso a paso; una caricia, un beso. Un lejano gemido, un suspiro. El aroma -tu aroma-, en mi cuerpo, en mi abrazo. En mi boca, tu boca; tu lengua, lus labios. En mi cuello, tu boca; tu lengua, tus labios.

Esta noche dominaremos el mundo.

Escalofrío. Sensación. Cerrar los ojos, sentir. Sentir.

Y júrame bajo este techo que lo nunca dicho volverá, y hazme mía en mi morada y tuya en mi soledad.

Esta noche... dominaremos el mundo.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Diario de una partícula

Perderse, desubicarse, caer, doler. Llorar. Meditar. Subir la cabeza. Al frente, mirar: levantarse, sonreír. Y volver a soñar. Y vivir.

Y vivir.

lunes, 12 de noviembre de 2012

De arañazos y cristales

"Y en el universo, infinitos, tú y yo"


Arañazos en el corazón que sueñan, vuelan y se pierden entre los "nunca pasará".

Sonambulismo. Oniria. Insomnia. Fragmentos. Cristales. Y en el universo, infinitos, tú y yo.

Cuidado no resbales, que la ventana está abierta: abierta al olvido, abierta al pasado, abierta al presente, al futuro, a un destino, una canción. La gloria, la vida, el amor.

Cuidado no resbales, que la ventana está abierta: abierta a mi corazón.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Llueve, otra vez

"No quiero que llueva otra vez. No hoy."


El día era nublo; y el cielo, gris.

- Abrázame -dijo ella.
- ¿Por qué debería abrazarte? -preguntó él.
- No quiero que llueva otra vez. Noy hoy. Abrázame.

Él la miró a los ojos. No quería que lloviera otra vez. La abrazó.

- Así está mejor.

La nube era gris. La nuble era blanca.

El día era cálido. Y el cielo, acogedor. Azul.

martes, 16 de octubre de 2012

La Luna

"Luna era y Luna se mantendría. Y como Luna, sonreiría."


El cielo callaba, una vez más. Todos los astros esperaban expectantes, casi en una pausa total. Era el nacimiento de una nueva estrella.

El Sol no reía, y la Luna no lloraba. Las estrellas aplaudían, titilantes, sonreían con emoción por la llegada de su nueva hermana. Los cometas contenían su respiración, de modo que se comieron sus propios fuegos artificiales.

¡Pum, pam, zas!

Y así vino ella: la Nueva.

Brillaba, brillaba como ninguna otra. Irradiaba luz en todo su esplendor. Cegaba a todo aquél que la miraba. O eso cantaban sus alabanzas.

Pero sus vecinas pronto empezaron a cuchichear. Que si mira, oye tú, lo que hace la Nueva; ahí donde la ves, el nuevo centro del universo. Era buena, sí, sin duda lo era. Pero, ¿tanto?

Hay quienes nacen con estrella, otros nacen estrellados.

Pero todas ellas eran estrellas. Todas brillaban, quien más, quien menos.

¿Todas?

No, todas no. La Luna miraba. Y, al fin y al cabo, sonreía. Era el espejo del alma. Era la flor de su vida, la plata que rompía el brote de su mononotía sobre el oscuro paisaje de puntos dorados silvestres.

La Nueva pisaba fuerte, creía ella. Como sol, atraía las miradas de todos los girasoles. Los suspiros irrumpían en el aire, los cumplidos llenaban la boca de antiguos falsos amigos, que ahora yacían en el olvido de su memoria y un obsoleto corazón.

La Nueva era la Nueva, pero al fin y al cabo, una estrella más.

Hay quienes nacen con estrella y una horda de seguidores. Hay quienes, sin más, que nacen.

Pero todas ellas eran estrellas. Todas brillaban. Excepto una: la vieja Luna.

No había envidias ni reparos, sino un halo de compasión. Comprensión. Tal vez añoranza. Una bocanada de aire solitario irrumpiendo una habitación. Un cielo sin cielo, un cielo sin sol. Una noche sin noche, una noche sin luna.

Luna.

Cierto era. ¿Soles? Brillaban, sí. Arrasaban a su paso. ¿Soles? Soles había muchos, se dijo. ¿Luna? No más que una. Sólo una. Única y solitaria, fría y sin corazón. Pero ella, al fin y al cabo.

Y aunque los demás no lo vieran, allí estaba ella: dando el porte, cada noche, cumpliendo con su obligación. Sin elogios ni alabanzas, ni suspiros de adulación.

Luna era y Luna se mantendría. Y como Luna, sonreiría.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Hay una cosa que te quiero decir (II)

Llegó hasta él. Toc, toc, toc. El traqueteo de sus tacones fue quien la anunció. Lo encontró reposando sobre un verde sillón aterciopelado, con una vaso de whisky en la mano.

- Teníamos un plan -le dijo.

El hombre hizo un par de giros de muñeca, removiendo el contenido de su vaso. Se acercó la bebida a los labios, sin apartar los ojos del vaso, y dio un sorbo. Mantuvo unos segundos el alcohol, saboreándolo. Tragó. Respiró tranquilamente.

- Lo sé -replicó con voz queda, pausada.

Por fin se digno a levantar la mirada hacia su interlocutora. La miró primero a los ojos, desafiante, como a él le gustaba hacer, como sólo él sabía hacer. La tensa línea que era su boca se curvó por un lateral ligeramente hacia arriba cuando su mirada, con esos ojos insquisitores, recorrieron de arriba a abajo a la mujer, y luego vuelta a subir. Trazó la expresión de sus curvas, sus pechos, su cintura, sus caderas; paseó por la longitud de sus piernas, suaves, fuertes, seguras, montadas sobre esos tacones que parecían gritar voy a comerme el mundo. Durante todo el proceso, se mantuvo fijo en una misma posición; y lo mismo ella, impasible, de pie ante él.

Nadie habló.

Se sentía decepcionada. Las cosas no habían marchado según lo previsto. Tenían un plan. Un plan cuidadosamente trazado. Una estrategia. Un negocio entre manos que no podía salir mal. Y, aun así, las cosas no eran de su agrado, no como esperaba, no como quería, no como debería haber sido.

- ¿Qué es lo que ha fallado? -dijo ella por fin. Tras una brevísima pausa, añadió:- ¿Por qué?

- ¿Qué es lo que te preocupa? -inquirió él al mismo tiempo que su interlocutora hablaba de nuevo.

La mujer apretó la mandíbula, intentando aplacar su desagrado. Lo llamaba desagrado, pero en el fondo -y temía que él también lo supiera- tomaba otro nombre: ira, enfado, desesperación, llanto, lujuria.

- Teníamos un plan -repitió al fin.

El hombre dio otro trago a su whisky, tal vez meditando su respuesta.

- Las cosas no siempre salen según se planean -replicó-, y ésta no supone la excepción.

- Pero...

- No -la cortó-; no. No soy yo el único que tiene que rendir cuentas.

- Pero sí con tuyas las cuentas que requiero. Las cuentas que importan. Que me importan.

El hombre rió gravemente, en un amago de reír. Una risa irónica, pero con un toque más profundo: un lo sé y sé que lo sabes y un también me gustaría, pero no puedo.

- Ya veo -sentenció ella-. Tendré que volver otra vez.

Otra pausa. Otro trago de whisky.

- Confío en que lo harás. No puedo prometerte nada; nada más. Pero confío en que lo harás.

- No confíes demasiado. No quieras acabar en otro plan, otro plan trazado.

- Descuida -afirmó, acompañando con una gentil inclinación de cabeza.

Cogió su abrigo largo, negro, tipo gabardina, de la ostentosa silla al otro lado de la chimena. Desde el sillón, el hombre no le quitó ojo de encima. Se lo pusó despacio, cuidando los detalles, conocedora de la situación.

Su pequeño juego.

Cuando se hubo abrochado el último de los botones necesarios, volvió a activar el traqueteo de sus tacones. Y se fue.

Otro trago de whisky. Otro orgullo tragado. Miró su vaso casi vacío una vez más. Y la rabia lo inundó. Lo arrojo contra el suelo de madera, con fuerza, de manera violenta. Crash, plim. El sonido del cristal al romperse relajó su rabia, cual fiera amansada por una delicada pieza de música. Respiró de manera más profunda. De pronto no quería estar allí, tampoco. Se levantó de golpe y se fue.

Otro orgullo tragado.

martes, 25 de septiembre de 2012

Un segundo más de vida

"Una caída estupenda. Una caída estúpida."


La lluvia caía rauda entre los cristales. Era una carrera inverosímil, un concurso por la estupidez. Rayaba lo inaudito, suponía el eslabón más bajo de la más absoluta y completa estupidez humana. Y en verdad, así era.

Las dos más grandes iban en cabeza. Una a distancia de la otra, ambas peleándose por el primer puesto. El primer puesto en una caída a contrarreloj, una caída libre acolchada por la fuerza de la gravedad, una caída libre que iba a parar al suelo.

Plof.

La más gorda cayó primera y se estrelló contra el baldosado. A cámara lenta, había visto pasar su vida en imágenes en los últimos minutos de existencia, justo antes de estallar en mil pedazos. Mil pedazos de hidrógeno y oxígeno repartidos a partes distintas, expandidos en cantidades no homogéneas.

Plof.

Su compañera de escapada calló al verla, pero no tenía freno de mano. De pronto se vio sumergida de manera imparable en un tobogán sin tobogán que le trajo como destino el mismo final que a su predecesora.

Plof, plof, plof.

Una tras otras, las del pelotón fueron cayendo sin remedio ni solución. Caían todas a una, como los de Fuenteovejuna. Pero sin más fuente que la de su propia agua, y sin más oveja que la metáfora de su rebaño.

Plof, plof, plof.

La más completa estupidez humana.

Plof, plof, plof.

Uno tras otro, cayendo sin evitarlo y callando sin hacer nada al respecto. Como un rebaño mal dirigido, siguiendo al cruel pastor que nos invoca en la cima más alta del más ostentoso precipicio. Arrastrados de manera violenta a una situación no necesitada, pero no evitada.

Plof, plof, plof.

Y abajo, frente al montón, los jueces. Un 10, un 8, un 7. Una caída estupenda.

Una caída estúpida.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Confusión: guerra de contradicciones

"Y formar en tu mente una palabra -amor- y en tu corazón un estado -enamorado."


Caer. Superar. Mantener, conseguir, tratar de olvidar. Probar uno. Buscar otro. Agarrarte a él, considerar algo. Centrarte. Centralizar.

Reencuentro.

Agitación. Atracción, pensamiento, complicidad, miradas, risas, más miradas, más risas. Confusión. Y volver a caer. Y caer más bajo. Y volver todo, recuerdos.

Confusión. Confusión total. Confusión máxima.

Palabras. Contradicciones. Palabras, sueños, pensamientos, esperanzas. Saber que no y desear un sí. Y saber que sí, pero saber que no. Saber que no y saber que sí. Y aun así, seguir queriendo. Siempre.

Y no olvidar. Y volver, volver todo; sentimiento hundido remontado al vuelo. Y formar en tu mente una palabra -amor- y en tu corazón un estado -enamorado.

¿Y qué hacer?

Querer. Quererle y respetarle. Y mirar, sonreír, suspirar. Y aguantarse, para que él sea feliz.

¿Y apartarse?

No. No jugaré sucio, pero tampoco voy a jugar limpio. No he sido yo la primera en la línea de salida, pero no puedes pretender que me quede mirando cómo te alejas, cuando tú has dado el pistoletazo. No. Yo también puedo seguirte el juego. Lo siento. Y a la vez, no lo siento. Así que, lo siento.

Guerra de contradicciones, pues. Confusión. Confusión total. Confusión máxima.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Cuenta atrás

"Cuentra atrás la de un final, cuenta atrás la de un comienzo."

Cuenta atrás.

En doce horas, la suerte estará echada, y sólo quedará esperar.

Cuenta atrás también la de suspiros, cuenta atrás la de recuerdos, cuenta atrás la de los sueños rotos, y cuenta atrás la de los sueños hechos -literalmente.

Cuentra atrás la de un final, cuenta atrás la de un comienzo.

Cuenta atrás. Tic tac, tic tac. Qué rápido pasa el tiempo cuando el tiempo no es espera.

Y qué espera el tiempo, si el tiempo no espera, si su condena es suceder por suceder, no esperar por no esperar, vivir por vivir, y nunca morir más que al final de un verso.

Un verso que muere en tus labios.

Un verso que murió en los míos.

martes, 4 de septiembre de 2012

Septiembre



Septiembre llega. Y acaba el verano.

El campo del olvido ya ha sido sesgado. Disponible para arar la tierra, Septiembre llega, llamando a la puerta, sin avisar. ¿Sin avisar? Esperándole estábamos, con disgusto.

La razón es irrelevante. Y en verdad, su vuelta es llamada. Llamada a las armas, y no de la destrucción masiva. Llamada al amor, y no al pasional. Llamada la vuelta a la rutina. Llamada a un volver a empezar.

Llamados a no saber qué esperar. Concertados para no saber qué sentir. Supuestos para no saber qué pensar.

En el peor de los casos, invitados a sentirnos como en casa. En una fiesta de un súbete al carro y no te bajes, y agárrate, que la vida pasa.

Y los sueños, y las ilusiones. Y nuevos caminos, esperanzas renovadas, sentimientos pasajeros. ¿Y qué importa lo del vecino cuando uno ya tiene lo suyo propio?

Importa. Pues claro que sí.

Y a quién se lo voy a contar. ¿A ti?

Algo hay, poco tengo. No es lo que doy, ni lo que recibo. Es lo que soy, y es lo que ofrezco. Que de donde no hay, no se puede sacar.

Y a quién se lo voy a contar. ¿A ti?

Poco importa que lo entiendas. Jamás lo harás. Que de donde no hay, no se puede sacar.

~~~ Quiero saber cómo eres, saber qué te pasa y, por fin, que me conozcas y que te enamores de mí. Todas las noches me acuesto y te busco en mi cama, y tú nunca estás, pero sé que mañana ya nunca podrás olvidarte de mí. Voy a ser tu pesadilla de noche y de día, y tú me dirás "Eres toda mi vida"; no digas que no, aún no has estado aquí. ♪♫♪

Y eso, ahí queda.

domingo, 26 de agosto de 2012

Suspiros



Atardecer
El sol calló. Y luego cayó: un melocotón más al suelo. "No importa -dijo el hombre-, ya vendrán tiempos mejores." Y se fueron.

Lluvia
Era frágil e inocente, nacida en la tempestad. Yo la quería. Cayó entre mis brazos, aderezada por sus hermanas. Murió. Llovía.

Amantes s.XXI
Ella, él. Teruel, 1420. Guerra, amor. Pasión, sexo; locura, un beso. Revuelta, alboroto. Prohibición. Muerte, dolor. Leyenda. Recuerdo.

Sueño
Y la noche cayó, la luna se escondió, y empezó a oscurecer… Las estrellas, en el cielo, bailaban al compás del viento; y las lunas pequeñas, bien vestidas y arregladas, corrían y bailaban en la fiesta del sol.

lunes, 20 de agosto de 2012

Que nos quiten lo bailao

"Y más allá de eso, que nos quiten lo bailao"


A veces lo bueno dura poco, y otras dura lo que tiene que durar.

No se trata de exprimir los momentos, ni de pensar que algo va mal sólo porque no sale como lo habíamos planeado. Las cosas pasan, sin más. Se trata de vivir cada momento como si fuera a ser el último, de manera plena y auténtica, disfrutándolo como el momento que es. No pensando en el futuro y lo que nos pueda traer, ni pensando en el pasado y lo que nos dejó. No. Vivamos el presente y aprovechemos lo que tenemos, aunque no cumplan nuestras expectativas. Si ocurre así, será por algo. Veámoslo de manera positiva. Es nuestro y es para nosotros, así que de nosotros depende verlo de aquella o de esta otra manera.

Y no, no hablo de destino: cada uno se forja el suyo; a mí que no me vengan con nada escrito.

A lo hecho, pecho. Y más allá de eso, que nos quiten lo bailao.


P.D.: Me gustaría decirte lo que siento. Sí me atrevo, pero no quiero perder lo que hay. Una amistad vale mucho, y hay que valorar lo que tenemos. Valorar y pensar si arriesgarse para tener más, o arriesgarse para tener menos. En cualquier caso, no dejaría indiferente. Siempre hay cambios. Y aunque me gustaría arriesgarme, sé que no debo; porque más allá de mí misma, hay cosas que me lo impiden. Ojalá no tuviera esas ataduras. No obstante, las tengo. Y es ahí cuando te das cuenta de que la razón, a veces, triunfa sobre el corazón... y que ya no nos andamos con nuestros juegos de niños, que la vida sigue, y tú estás montado plenamente en ella, con deberes, obligaciones y juegos de adultos. Desearía que tú sintieras lo mismo... Así que llámame cobarde, pero una amistad vale mucho.

lunes, 13 de agosto de 2012

Ella, él y su rosa

"Me has traído el timón de tu corazón, para navegar por el mundo de los sueños, rescatar los más bellos y traerlos a la realidad"


Ella, él.

- ¿Qué me has traído?
- ¿Y tú, qué me has traído?

Ella mira su regazo, sonrojada. Él ríe. Saca de su lado una flor muy hermosa.

- Oh. ¡Vaya flor más hermosa!
- No, hermosa eres tú. Esto es una rosa.
- ¿Una rosa?
- Una rosa.
- ¿Y es rosa?

Él niega con la cabeza y continúa.

- Es del color del arcoiris. Del color de los sueños, del color de las sonrisas, y del color de los corazones. De esos que guardas aquí.

Y con el dedo índice señala su pecho, donde su corazón. Ella, muy sorprendida.

- ¿Y puedo tocarla?
- Debes tener cuidado: pincha.
- Oh.

Él se la entrega, ella la sujeta con sus manitas por la parte de los pétalos. Admiración, sorpresa, encanto, emoción. Cariño, ternura. Fascinación. La rosa, cálida.

- Es hermosa.
- No, hermosa eres tú. Esto es una rosa.
- Pero también es hermosa.

Él asiente. Ella, ahora curiosa: delicadas espinitas en el tallo de su flor. Baja un dedito y con la yema toca una de ellas. Se pincha. Exclamación. Más sorpresa. La rosa, fría.

- Me ha mordido.
- La rosa, pincha.
- Pero es hermosa. ¿Cómo algo tan hermoso puede sangrar?

Consternación, ambos. Cavilación. La rosa, triste; carmín en la espina.

- Es hermosa, pero tiene miedo. Se protege. Muestra su esplendor, su belleza, pero tiene espinas.
- Pero también tiene corazón. Está llorando, no quería hacerte daño. Mira.

Ella mira. La rosa llora. Él coge su dedo y le da un beso en la yema. Ella sonríe.

- No querías hacerme daño, Rosa. Yo no te conocía todavía. Lo siento.
- Ella también lo siente.
- Ahora ya nos conocemos. Te perdono, Rosa. Podemos ser amigas.

Expectación. La rosa, cálida. Ella sonríe.

- Ahora somos amigas. Podemos conocernos.
- Podéis conoceros.
- Así no nos haremos daño. Yo te cuidaré. Y tú me protegerás.

Él asiente. Satisfación.

- Aún no te había contado mi regalo.
- Me lo has contado en tu mirada.
- ¿Y lo has oído todo?

Él asiente. Y sigue.

- Me has traído el timón de tu corazón, para navegar por el mundo de los sueños, rescatar los más bellos y traerlos a la realidad.

Él emoción, ella cautela.

- ¿Y ha funcionado?
- Ha funcionado.
- Uff. Por un momento temía que te hubieras quedado dentro.

Sonrojo. Él sigue.

- Siempre estoy aquí. Y tú, siempre estás aquí. Los dos estamos, y no estamos. Siempre. Somos tú, y somos yo.

Asentimiento, los dos. Ella, él y su sonrisa. Y la rosa flota, sube, se evapora, explosiona, se expande, llueve, luce, ríe, baila... Fuegos artificiales. Brillos, destellos, risas. Implosión.

Ella, él y su rosa. Los dos. Y con eso, basta.

jueves, 9 de agosto de 2012

Emoción olímpica

"Una sonrisa no tiene colores"


Caerte. Levantarte. Otro intento, una vez más. Correcto, así mejor. No. Corrígelo. Eso es. Un fallo, eso no es pasable. Venga, levántate. Y anda. Adelante, continúa.

Un sueño. Una ilusión.

Duro trabajo, el camino es difícil. Horas y horas, seguro. Pero bueno, como en todo.

Recompensa gratificante, quizá no para tu bolsillo, pero sí para tu corazón. Lágrimas en los ojos, emoción olímpica.... es tu sueño, tu ilusión. Emoción inaudita, ensordecedora, que llena sonrisas y corazones.

No importan las naciones, no importan las banderas. Una sonrisa no tiene colores. Es tu sueño, tu ilusión. Olvida el resto: vívelo.

Y para todo lo demás... ya habrá otro momento.

Es la emoción olímpica, llegada de todos los rincones. Porque una sonrisa no tiene colores.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Hay una cosa que te quiero decir (I)

Caminaba rauda por la calzada, aderezada por la lluvia. No era un taconeo cualquiera, era su taconeo. Toc, toc, toc. No dejaba indiferente a nadie. Se coló por un callejón, alejándose así de la calle principal, escapando de la multitud.

Al otro lado, un único automóvil parado. Negro, elegante, ostentoso, pero no lo suficiente como para llamar la atención. Montó en él por la puerta del copiloto.

- Nos siguen.

Su sentencia fue natural, grácil, tranquila, con un toque de diversión. Su interlocutor lanzó una media sonrisa.

- Como si no lo supiera ya.

Y ambos cruzaron la mirada -hasta entonces no lo habían hecho-, para soltar una risa tranquila, medida, no más allá de lo necesario.

- Te he echado de menos -empezó ella.
- Me alegro de que estés bien -concedió él.
- Gracias -acompañado de una inclinación de cabeza.
- Pero hay trabajo que hacer -finalizó.

Ambos asintieron, y el vehículo se puso en marcha.

Eran las 19.44 de un día premeditado, y el único sonido que acompañaba el suave ronroneo del vehículo era el ir y venir del parabrisas borrando las lágrimas que caían sobre el cristal. Pronto saldría el sol... o la tormenta.

domingo, 5 de agosto de 2012

So call me maybe


"And this is crazy, but here's my number, so call me, maybe?"


No siempre el tiempo pasa de la misma manera. A veces da la sensación de ir rápido, otras de ir lento.

Así sucede con las sensaciones. Da la sensación de, o tengo la sensación de que... Es una ligera sensación, pero me parece a mí... Yo diría que tal vez. Tal vez sí, o tal vez no.

Sí, o no. No, o sí. No es tan difícil. Y lo que cuesta, no obstante. Saber o no saber, esa es la cuestión. ¿Hacerlo o no? Quién sabe. Y a quién le importa.

Who knows, who cares.

Y no obstante, ya se sabe: hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. No lo intentes.

Just do it.

Pero hoy brilla una luz en el horizonte. Y aunque no sepa de dónde viene, sé que brilla. Y ahí está su luz, fulgurante y segura. Brilla con libertad. Con cariño. Con alegría. Brilla.

Y no es una locura.

Es una luz de verdad. Y brilla. Brilla para mí. Y para ti. Brilla para nosotros.

jueves, 2 de agosto de 2012

Un melocotón más al suelo

"No importa, pronto se acercará el invierno."


El lobo aullaba y la luna corría. Los melocotones huían. No había nada previsto, era todo un cúmulo de casualidades. Ni sol, ni estrellas. No era de noche. No era de día. Era el azar de una nueva melancolía.

Si llovía, porque llovía. Pero no era de noche, ni era de día. El sol brillaba en lo alto, y no había nubes... pero dolía.

El sol calló. Y luego cayó. Un melocotón más al suelo.

- No importa -dijo el hombre-, pronto se acercará el invierno.

domingo, 1 de julio de 2012

Sienta bien

"Y lo que tenga que llegar, ya llegará."

Sienta bien.

Simplemente, sentir. Sentir por sentir. Sentir por sentirse bien. Sentir el aire y respirar. Respirar y oler a verano, a tranquilidad. Y lo que tenga que llegar, ya llegará.

Porque hoy, y ahora, el día es mío. Sólo mío. Y sienta bien.

viernes, 25 de mayo de 2012

Después te fuiste

"Y sentir bajo la piel un escalofrío... es el bosquejo de la soledad."


Por aquel tiempo ni siquiera te conocía. Los días pasaban lentos y frágiles, y cada minuto parecía derumbarse por sí solo.

Después te fuiste. Y así quedé.

Un último aliento y una nota que vivir.

Y sentir bajo la piel un escalofrío que solo viene y solo se va, porque solo pasa y trae un mensaje claro: es el bosquejo de la soledad.

miércoles, 25 de abril de 2012

El chico de las margaritas

"Hoy el chico de las margaritas ha vuelto a sonreír."

El chico de las margaritas tiene algo especial. Si sonríe, yo le miro; si le miro, ríe más; y al reírse, él me mira y yo, sonrisa y vuelta a mirar.

El chico de las margaritas no para de hablar. Sus palabras son canciones y sus canciones, melodía; melodía que son frases, que hacen música, que juegan, se entrelazan, se mezclan. Que cantan, y ríen, y lloran, y sueñan, y estallan y vuelven a empezar.

Le escucho en el viento, y le siento en el agua, y una hoja verde de un árbol me dice que por allí su voz también pasa. Susurra el Sol sus rayos dorados, que portan la magia de un beso robado. El chico de las margaritas es un chico excepcional.

Pero hoy el cielo es gris. La lluvia cae, y los pájaros no cantan. ¿Dónde estará el chico de las margaritas?

Suspiro, y cierro los ojos. Tormento, y ahí está. Me tiende su mano y sujeta un paraguas, me saca del coche y me guía en la marcha. Está serio, en blanco y negro, le falta un aura de color.

No.

Me paro y le miro, pero él no ríe más, y me mira, pozo hundido bañado en soledad...

Y abro el cesto de las flores -del recuerdo, del olvido, del pasado y lo vivido- y escojo una -particular. Huele a fresa, a amapola, a dolor y a ilusión. La sujeto entre dos dedos y la revivo para él. Y la coloco en su sitio, y el chico de las margaritas vuelve a nacer.

Y sonrío, y él me mira, si me mira, río más; y al reírme, yo le miro, el sonríe y no deja de mirar.

Se abre el cielo, y ya no es gris.

Hoy el chico de las margaritas ha vuelto a sonreír.

viernes, 20 de abril de 2012

Fuego y Viento


Era de noche. Una noche sin estrellas.
-          ¿Qué clamas?
-          Venganza.
Aunque ella ya sabía la respuesta: me esperaba. Era la espera de una mujer que aguardaba la muerte.

Dos días antes.

-          Cualquiera diría que huyes de mí.
Noté que se acercaba. Era cuidadoso; pero, de alguna forma, estábamos conectados. Sonreí, sin dejar de mirar al horizonte.
-         ¿Acaso no tendría razones para ello? –Amplié mi sonrisa-. ¿Cómo me has encontrado?
Pasó sus brazos por mi cadera, girándome y uniendo nuestras miradas. También sonreía. Nos besamos.
-          No era muy difícil –susurró-. Te echaba de menos.
-          Y yo a ti –respondí en Thalassiano.
No hablábamos en común, tampoco en orco. Su nativo era el idioma de nuestra conversación, pero el mío era el Darnassiano. Permanecimos un rato en silencio, oteando el horizonte. Tel’thyros sabía que adoraba el atardecer sobre la Ensenada de Zoram. Me mordí el labio inferior.
-          Tel –dije-, tengo una misión.
No respondió al instante. También él estaba pensativo.
-          ¿Bromeas? A mí también me han encargado algo.
Su tono era significativo, y nos conocíamos bien.
-     No me va a gustar, ¿verdad? –Medio reí-. No te lo reprocho, la mía también trata asuntos… mercenarios.
Soltó una carcajada.
-          Son cosas por las que tenemos que pasar, Dalah. –Se puso serio- Ya lo sabíamos.
Asentí. No obstante, yo era Asdalah Brisaeterna, Guardiana de Cenarius y miembro del Círculo Cenarion; y él –aparte del más estrecho vínculo con mi corazón-, Tel’thyros Zildjia, brujo a las órdenes del Kirin Tor. Ambos comprendíamos que había secretos del otro que teníamos que respetar. Y no sólo eso: más allá de la intimidad, estábamos obligados a guardar las distancias. ¿Horda y Alianza? Todavía no era aceptado.
-          ¿Cuándo? –su voz suave me sacó de mis pensamientos.
-          Debería partir mañana por la mañana.
Me volví hacia él, me miraba.
-          Yo también –hizo una pausa-. Aún nos queda toda la noche para nosotros.
Reímos. Nos quedamos un rato más abrazados. Y luego, despacio, volvimos a nuestro hogar en Astranaar. Era una noche espléndida, llena de estrellas. Elune debía de estar sonriendo en lo alto, era presagio de una noche mágica.

Cuando desperté a la mañana siguiente, Tel ya no estaba allí. En su lugar, había un sabroso desayuno, una nota y un ramillete de flores silvestres que habíamos recogido el día anterior. Leí la nota:
“Prométeme que serás cuidadosa; no me gustaría perder mi corazón…
y lo he dejado contigo. Mismo sitio, tercer día al atardecer.”
Mi sonrisa debía de ser brillante. Aunque no me decía nada nuevo, era todo un detalle por su parte.
Al cabo de media hora, ya había desayunado y vestido con mi armadura y resto de equipo. Cogí mi macuto y salí de nuestro pequeño hogar –pequeño, pero acogedor, al estilo darnassiano. En la parte de atrás me esperaba Elora, mi sable de la luna presto, sobre la que cargué mi macuto. Se veía ansiosa por recorrer mundo.
-          No te preocupes, volveremos pronto –le aseguré.
Como respuesta, emitió un suave gruñido.
Aún no amanecía en Vallefresno, y para cuando empezó a despertar el sol ya recorríamos los caminos de Costa Oscura. Alcanzamos Auberdine a primera hora, nos esperaba un largo viaje marítimo rumbo a Ventormenta.

Anochecía cuando el capitán anunció la llegada al puerto de Ventormenta. No tenía tiempo que perder, así que cabalgamos hasta el Barrio de los Magos. En el Ermitaño Azul esperaba mi primer contacto, Theleas, un mago bonachón de tez morena y pelo negro. Dejé a Elora en el establo y entré.
Lo encontré junto a la barra, bebiendo y charlando con el posadero. La descripción encajaba: juerguista y despreocupado, joven humano. Me situé junto a él, pillándole por sorpresa.
-          ¡Mi señora! –exclamó, atragantándose con la bebida mientras se ponía en pie.
Le miré.
-          ¿Theleas?
-          Sí, señora –asintió con la cabeza, nervioso.
Quizás esperaba que añadiera algo, pero no pronuncié palabra. Sacudió la cabeza, se metió una mano al bolsillo y me entregó un paquetito. Lo cogí al instante y lo guardé en mi capa.
-          Ishnu-ala –incliné la cabeza. Reparé en el posadero-; que disfrutéis de la velada –añadí.
Para cuando respondieron, ya había salido. Le hice un gesto a Elora y ambas subimos la espiral de piedra que subía a la Torre de los Magos, donde se encontraba mi segundo contacto. Nos abrieron paso hasta el piso superior sin necesidad de ninguna pregunta. Larimaine Purdue, encargada del portal, me sonrió.
-          Le esperábamos, Asdalah.
Hizo una reverencia con la cabeza, la correspondí.
-          Ishnu-dal-dieb, Larimaine.
-          ¿Lista para acceder al cruce?
Se refería al cruce de dimensiones, la vía rápida de llegada a Dalaran. Un portal mágico –y restringido- que conectaba la ciudad-estado del Kirin Tor con la Torre de los Magos, foco del poder arcano de la ciudad de Ventormenta. Asentí con la cabeza, no era la primera vez que lo utilizaba.
Elora se removió, inquieta. Larimaine se volvió hacia el gran arco de piedra y empezó a recitar sus palabras. El velo que lo cubría hasta el suelo se movió sacudido por una pequeña brisa, y su superficie se tornó llena de brillantes: ya no era seda, sino pura energía arcana.
-          Buen viaje, Asdalah –deseó la maestra de portales.
-          Elune-adore, Larimaine.
Me adentré, junto con Elora, en el portal. Todo se volvió oscuro como el universo, y bajo mis pies sólo sentía un inmenso vacío. Daba la sensación de estar girando sobre ti mismo, pero para cuando la cabeza empezó a darme vueltas, divisé un montón de pequeñas luces moradas y azules: estábamos en Dalaran.
Tomamos el camino de la derecha, donde nos esperaba la Archimaga Cilindra. Intercambiamos respetuosos saludos y  sin más dilación volvimos a tomar un transporte mágico. Esta vez era un conductor, como un largo tubo, que unía la ciudad de los magos con una pequeña base que había cientos de metros bajo ella: el Confín Violeta.
Me fijé entonces en el cielo: se veían miles de estrellas, pero, contrariamente a la noche anterior, éstas no brillaban con la misma intensidad. ¿Querría Elune decirme algo? Me coloqué la capucha y mi rostro quedó en sombras, totalmente oculto bajo ella. Subí a lomos de Elora y nos pusimos a galope. Todavía nos quedaba camino hasta las Ruinas de Shandaral, al otro lado del Bosque Canto de Cristal, pasado el primer Gran Árbol blanco.
Llegamos hasta el río. Encontramos el camino de piedras para cruzarlo, y por allí lo atravesamos. Continuamos en nuestro camino sin muchos contratiempos. Me fascinaba aquel lugar: era un bosque ancestral. Estaba lleno de árboles mágicos, grandes árboles centenarios –guardianes- como los de Darnassus, fuegos fatuos, sátiros, dríades… Pero también era lugar de antiguas guerras, y las ruinas de la brillante población que allí había existido lo demostraban. Como elfa de la noche, podía sentir todo el dolor que mi pueblo había sufrido miles de años atrás. Y como druida, podía percibir los espíritus de los elfos desolados que todavía vagaban por aquel sitio, reacios a abandonar el lugar que les vio nacer, crecer, desarrollar su vida y, finalmente, morir.
Una hora después alcanzábamos el Gran Árbol, y eso significaba la entrada a las Ruinas de Shandaral. Elora aminoró la marcha y yo me apeé. Trepamos un poco por las gigantescas raíces, escalando la base del árbol, hasta que encontré un buen sitio donde pasar la noche. Cualquier otro temería aquel lugar, pero yo, una auténtica Guardiana de Cenarius, no. La gracia de Elune estaba de mi parte. Deposité mi macuto en una cavidad producida por una raíz, y calculé que Elora podría cobijarse en caso de necesidad. Me miró lánguidamente cuando comprendió que continuaría sin ella.
-          Si no vuelvo al amanecer, seguro que sabrás encontrarme. Estaré por allí –le indiqué un punto hacia el este-. Pero siempre vuelvo a por ti, ya lo sabes –sonreí.
Le acaricié la cabeza, que quedaba a la altura de la mía, y recorrí el camino inverso para bajar. Saqué entonces el paquetito de mi capa, envuelto en papel marrón y atado con cordel. Me llevó un rato, quien lo hubiera envuelto lo había hecho a conciencia. Era un amuleto, un abalorio. Y tenía un hermano gemelo. Era un objeto tenebroso, envuelto por un aura de sombras, que debía proteger al portador de ese tipo de magia. Me lo colgué al cuello. Lo sentía. Y, al mismo tiempo, me ahogaba. Me guiaría hasta el otro amuleto, el cual, por supuesto, tenía que conseguir. Y para ello tendría que matar a su portador, desde luego. Esas habían sido mis órdenes, en cuanto a lo demás, no hay preguntas: mata al demonio que lleva el amuleto gemelo, intentará engañarte, es un brujo, no caigas en su trampa; sobrevive y trae los dos amuletos de vuelta y, sobre todo, no dejes que él consiga el tuyo. Me aseguré la funda del bastón que llegaba atada a la espalda, bajo la capa, donde también guardaba un par de pociones y algo más. Extraje el bastón, de madera resistente como el roble, y coronado por seis runas en su parte superior. Brillaba con luz propia, y me ayudaba a canalizar todo la energía de la naturaleza. Anduve, silenciosa y atenta, siguiendo los impulsos del amuleto en mi pecho. El bosque era un eco silencioso de voces mudas y risueñas, grillos y luciérnagas.
El amuleto empezó a quemar. Era la señal. Me oculté tras una columna del derrumbado panteón, y divisé una sombra, como una figura encapuchada, en el extremo opuesto. Era mi demonio, sin duda. Lo que no sabía es que estaba completamente equivocada.
Escuché una grave retahíla de palabras desconocidas para mí, que aun así me resultaban familiares. Pagué caro ese pequeño momento de distracción, pues un oscuro abisario apareció de la nada, creando una oscura espiral bajo mis pies que me elevó en el aire y me hizo caer unos metros más cerca de mi oponente. Invoqué al viento mientras, ayudada por mi bastón, me ponía a pie; y lancé un ciclón que envolvió a mi oponente. “Mata al demonio”, me recordé. Éste me había alcanzado, interpuse el bastón entre nosotros, dando un golpe seco en el suelo que hizo desquebrajar la piedra y empujó al demonio hacia atrás. Escuché la risotada del brujo, envuelto en mi columna de aire, y vi con fastidio lo rápido que se deshacía de ella. Era un rival fuerte. Y preparado. Pero yo estaba en mi elemento: el bosque. Entoné un suave cántico pidiendo ayuda a los antárboles, pero me interrumpí al recibir un latigazo frío como el hielo y ardiente como el fuego que me atravesó el pecho. Interpuse mi bastón, de nuevo, entre el abisario, el brujo y yo, creando un escudo que me permitió terminar mi cántico para invocar las fuerzas de la naturaleza. Aparecieron ante mí tres antárboles y les señalé a mi oponente, el cual, mientras tanto, me estaba enviando una feroz bola de fuego. No grité. No era débil. Pero había comenzado a arder. Los antárboles entretendrían al brujo mientras yo me encargaba de su demonio, y así fue. Convoqué el poder arcano de la luna, que cayo con toda su fiereza sobre el abisario, haciéndolo explotar en una nube de energía oscura que, nuevamente, me impulsó en el aire y me hizo caer pesadamente contra el suelo. Mi oponente también se había librado de mis ayudas externas. Así pues, sólo quedábamos él y yo. Le envié una nube de insectos, a cambio empecé a sentir como pequeños látigos se extendían quemándome todo el cuerpo. Y de nuevo, comencé a arder, pero esta vez era una lluvia de meteoritos en llamas cayendo a mi alrededor. Corrí tras una columna, enviándole a su vez un fuerte huracán. A nuestro alrededor, llamas y viento. Subí la mirada al cielo, preparando mi último ataque: convoqué a las estrellas. Salí de mi escondite, quedando cara a cara contra el brujo. La ventisca era mayor, mi capucha cayó. La suya, también. Observé su ritual: sangre brotando de sus brazos, transformándose en energía roja que era absorbida por su rostro. El cielo se abrió, iluminando el panteón. Me horroricé.
-          ¡¡No!! ¡Corta la transfusión! –mis ojos como platos, me miró.
-          Es tarde –cayó, de rodillas, al verme: era Tel’thyros.
-          No puedo… detener… las estrellas… -empezaron a caer-. ¡¡¡No!!! –me lancé sobre él, protegiéndolo.
Llamas, sombras, viento, estrellas. Y luego, nada. Abrí los ojos.
-          ¡NO! No, por favor… Tel, respóndeme…
Estábamos largos, abrazados, en un vano intento de protegernos el uno al otro.
-          Dalah… Te…
-          No, por favor, Tel, te lo ruego, ¡no me dejes! –lloré.
Negó con la cabeza.
-          No ha sido cosa tuya… Estás a salvo, guardé tu alma… Te quiero, Dalah… siempre será así.
-          ¡No! ¡No, Tel, por favor! Por favor…
Rompí a llorar sobre su pecho. Y luego, silencio.

Abrí los ojos, despertada por unos lametazos. Era de día. Tardé en reaccionar. Esperaba que todo hubiera sido una pesadilla, pero no fue así. Pasé horas con la mirada perdida. Y, entonces, me puse en pie. Parecía autómata. Cargué el cuerpo inerte de Tel’thyros, monté yo también, y puse rumbo al Confín Violeta.
Nadie hizo preguntas. No era menester, ni apropiado. Llegamos a Dalaran a media noche. Y, sin cruzar palabra con nadie, me dirigí, sola, a la Ciudadela Violeta. Una vez allí, tomé la escalera que me llevaría hasta el Salón Púrpura. No había nadie, ella debía esperar mi visita. Me habría visto llegar. Salí al balcón y, efectivamente, allí estaba.
Era de noche. Una noche sin estrellas.
-          ¿Qué clamas? –preguntó.
-          Venganza.
Aunque ella ya sabía la respuesta.
-          Asdalah Brisaest…
-    No –la corté-, Baronesa Zildjia. Lo tenías planeado. ¿Cuánto odio puede llevar a una mujer a provocar el asesinato de su propio hermano?
Rió. Era una risa de maga malvada, sin ápice de cordura.
-          Has venido a matarme –apreció.
Asentí con la cabeza.
-          Pero no te daré el placer de librarte de tus cargos de conciencia. Sólo venía a despedirme de ti, así podrás comprobar el éxito de tu plan.
Y, ante su desconcierto, di un paso hacia atrás, dejándome caer desde lo alto del balcón hacia las calles de Dalaran. Pero algo me frenó en el aire, y me hizo aterrizar con suavidad, dejándome tumbada en el suelo.
-     ¡Mi señora! –Theleas, el joven mago, junto con algunos otros curiosos-. ¿Qué ha pasado?
Sonreí.
-          Aquí termina mi misión, joven Theleas. No puedo vivir con un vacío en mi corazón.
Con pesadez, me arranqué el amuleto del cuello y se lo entregué. Comprobé que traía a Elora… y el cadáver de Tel. Sonreí una vez más… y el mundo dejó de latir.
Me sentía viva, de pronto. Estaba en el mismo sitio, pero era diferente. Tel’thyros me sonreía y me tendía la mano, me ayudó a ponerme en pie. Nos miramos, sonrientes. Y así, juntos de la mano, nos dirigimos hacia la eterna luz blanca de nuestros corazones.


© Fuego y Viento, fanfic World of Warcraft en 2.500 palabras.

lunes, 16 de abril de 2012

Saber y no saber

"E incluso así, seguir queriendo. Siempre."


Cerrar los ojos, y pensar en ti. No cerrarlos, y pensar también en ti.

No es una cuestión de ser, o estar. No es pensar. No es saber. No es querer. Es decir "ya no hay vuelta atrás". Y saberlo y no saberlo, y no saber cómo ha sido el camino hasta aquí -y en el fondo, saberlo. Su razón, su espacio, su tiempo. Su todo. Mi todo.

Tan cerca y a la vez tan lejos. Saber que sí, y saber que no. E incluso así... seguir queriendo. Siempre. Sin razón aparente, pues las cosas son así.

jueves, 22 de marzo de 2012

Más que eso

"¿Y por la noche? Luciérnagas."


No es como cuando miras. No es como cuando piensas.

Es más que eso.

No es una flor, ni un corazón.

Es más que eso.

Es un sol, es una estrella. Es un brillo de primavera. Como una libélula volando libre en pleno sol de mediodía, o una gaviota sobre el mar del atardecer. Un tenue aroma fresco del verano. Como quien va a los Pirineos en julio y se deja caer por la alfombra verde de sus valles, decorados con flores lilas, blancas, amarillas. ¿Y por la noche? Luciérnagas.

Eres tú, y soy yo.

Y aun así, todavía, es más que eso.

Somos tú y yo.

jueves, 8 de marzo de 2012

¡Mira, una luz!

"Extendamos la mano y sintamos su calor."

Ella, él.

- ¡Mira, una luz!
- ¡Atrapémosla, y así no podrá escaparse!

Emoción, duda. Un tarro en la mano.

- Pero si la cogemos, ya nadie más podrá verla.
- No sería como robar, sólo... como guardarla.

Cavilación.

- Pero si la guardamos, ya nadie más podrá verla.
- En ese caso... extendamos la mano y sintamos su calor.

Calor en los dedos.

- Y si te doy la mano, podré compartirla contigo.
- Y si se dan más manos, podrá llegar a todas las manos.

Asentimiento.

- Así todas las personas podrán sentir el calor de esta luz.
- Y entonces habremos atrapado la luz en nuestros corazones.

Sonrisa.

- Me gusta.
- A mí también.

martes, 21 de febrero de 2012

Sin saber estar

"Orgulloso y desafiente, aferrado a tu corazón"

Un sentimiento de esos que a veces te inunda. De ese que se queda ahí, sin más, estando pero sin saber estar; repentino como la lluvia y pesado como el metal. Iluso, molesto, sobrecogedor, desesperado. Orgulloso. Orgulloso y desafiante, aferrado a tu corazón con sus oscuros tentáculos.

Y se queda ahí, sin saber de dónde ha venido y desconociendo a dónde va. Otros tiempos fueron mejores -y otros tiempos mejores serán-, pero ahora está aquí contigo y aquí se quedará.

miércoles, 1 de febrero de 2012

No, contigo no

"Arrastrarte de un pie hasta lo más oscuro de mis sábanas..."


- Y arrastrarte de un pie hasta lo más oscuro de mis sábanas...

Reflexionó un momento.

- ¿Y si llevo una linterna?
- Eso es una buena pregunta -meditó-. ¿Por qué habrías de llevar una linterna? Estarás conmigo.
- Me da miedo la oscuridad...
- ¿Conmigo también?

Reflexionó otro rato.

- No -dijo al fin, sonriente-, contigo no.

lunes, 30 de enero de 2012

There's something...

"Y todo lo demás, no importa."

  Hay algo, más allá de las estrellas, que me hace sentir bien. Y si tú sonríes, yo sonrío, pues el calor de una sonrisa amiga es la más pura expresión de una amistad verdadera, cercana y reconfortante. Y todo lo demás, no importa; pues mientras tengamos esta expresión de felicidad compartida, todo podrá salir bien. O, al menos, mantendremos los buenos ánimos para ello.

There is something, beyond the stars, who makes me happy if I starring at them, thinking on you, every night before going to bed. It's magic, or at least I think so. Because you are so far away from me that I can't just understand why I feel you are always beside me -looking after me, and that is so nice for everyone... Well, anyways, it doesn't matter why, or how. The fact is -as you say aaaalways to me- you had never ever let me down. Thank you, really. I will try to do the same for you, but -please- promise me you will forgive me if... No. I would rather prefer another promise: promise me we will be always together, forever and ever (yes! like a fairy tale). But, of course, you already knew all of that ;)

Y todo lo demás, no importa.

domingo, 29 de enero de 2012

El corazón más bonito del mundo

"Cada persona que ha pasado por mi vida ha tomado, intercambiado o mutilado un pedacito de mi corazón."

    Había una vez un chico que viajaba con un circo, recluído en una urna de cristal. No hablaba con nadie, y no tenía relaciones de ningún tipo. Se pasaba el día dando brillo a su impoluto corazón. Horas, minutos, segundos, ¡semanas! Su dedicación era grandiosa. Un día, el circo llegó a un pueblo. Y allí, en la plaza, el chico mostró su corazón, presentándolo como el corazón más bonito del mundo.

- Eso no es verdad -dijo un viejo que se había acercado-, tampoco es tan bonito. Aun más, resulta hasta feo.
- ¿Acaso ha visto un corazón más bonito que éste? -preguntó el chico, asombrado y perplejo.
- -respondió el viejo, reflexionando.

Y entonces sacó el suyo propio. Su color abarcaba diversas tonalidades de rojo, y estaba lleno de remaches en cuero, tela y metal. Le faltaban cachos, y tenía cicatrices y heridas. Todo junto era pequeño y se veía que lo habían intentado recomponer. El chico lo observó, confuso.

- ¿Cómo puede decir que eso es bonito?
- Verás -explicó el viejo-, cada persona que ha pasado por mi vida ha tomado, intercambiado o mutilado un pedacito de mi corazón.

El viejo sonrió. Era una sonrisa sabia, cansada. Entonces el joven, partiendo un trocito de su corazón, se bajó de su urna y rellenó un hueco del corazón del viejo. Y sonrió también, compartiendo juntos una misma sonrisa... y un mismo corazón.

© Cuento popular
[Adaptación]

sábado, 28 de enero de 2012

Y antes de pasar página...

"Me dejé el marcapáginas, y tuve que volver a buscarlo."

Ah, se me olvidaba.

Quería olvidarme de todo y pasar página.

Pero ocurrió algo: me dejé el marcapáginas en las hojas de atrás, y tuve que volver a buscarlo.

Yo no soy

"Los girasoles se apagarán si ya no sale el sol."

Y el mundo se cierne sobre nosotros, y bostezo despacio. Me tiendes la mano, me agarro a tu brazo. La noche está fría por aquí, comentan. Pero qué importa eso. Qué importa el espacio. Ya no tirito, ya no tiemblo, no me estremezco, no hay frío ni miedo. Si tú estás, yo estoy; y si tú no estás, desaparezco.

Podrá cerrarse el día, y gritaré tu nombre al viento; reiré contigo, juntos, y callaremos nuestro eco. Los girasoles se apagarán si ya no sale el sol, y la lluvia de los árboles irá a parar al cielo. Quizás las luciérnagas sueñen luces desnudas, o quizás las luces se apaguen si no sienten tu calor. Tal vez sí, tal vez no. Porque si tú estás, yo estoy; y si no estás, yo no soy.

viernes, 20 de enero de 2012

Volver

"Donde los árboles son árboles y siempre hay luz."
- ¡Vuelve!
- ¿A dónde?
- No lo sé.

Se quedó pensativo un momento.

- Al país donde regresan los sueños. Donde nunca desaparecen. Donde crecen como el algodón dulce. Donde los árboles son árboles y siempre hay luz.

Silencio.

- ¿Volverás tú conmigo?
- Siempre he estado aquí, esperando.

Asintió.

- Entonces, volvamos.

Y volvieron.

domingo, 15 de enero de 2012

Niñita sonrisas y tipo pirado

"No tengo gorro ni cacerola"

Hace frío, el tiempo vuela. En la calle, niebla. Un tipo saluda, parado, a toda gente que por su lado pasa. Nadie se fija, nadie repara -en él. Pasan las horas, las luces cambian. Una niñita se acerca; niñita sonrisas y tipo cansado.

- ¿Qué hace aquí, maestro?

- No tengo gorro ni cacerola.

Pregunta inocente y respuesta clara. Y el tipo se acerca a un árbol y desata una piruleta, y la niñita se marcha dulce en mano. Y el tipo se abriga, y continúa entonando su "buenas noches, ciudadanos, sigan pasando de largo". A lo lejos, la niñita, ha cultivado una sonrisa. Quizás no sea más que el comienzo de un mejor porvenir.

miércoles, 4 de enero de 2012

El brillo azul de una libélula

"Pero solo conseguí el brillo azul de una libélula"
Ella, él.
- ¿Qué me has traído?
- ¿Y tú? ¿Qué me has traído?
- Una llave.
- Es muy bonita. ¿Qué abre?
- La luna.
- Ah, podría serme muy útil.
- Eso mismo pensé yo. Así, si hay una puerta en la luna, podrás abrirla. Aunque yo no fomentaría esa clase de comportamiento insensato.
- Te he traído un poco de pan. Y una botella de agua.
- Esto también es muy bonito. ¿Qué hay en el agua?
- Flores. Y el trozo de la luna que no está en el cielo esta noche. Lo he metido también.
- Yo ya mencioné la luna.
- Entonces, solo flores. Y el brillo del cuerpo de una libélula. Yo quería un trozo de luna, pero solo conseguí el brillo azul de una libélula.
- Es maravillosa.

© El nombre del viento, Patrick Rothfuss
[Adaptación, capítulo 53]