martes, 25 de septiembre de 2012

Un segundo más de vida

"Una caída estupenda. Una caída estúpida."


La lluvia caía rauda entre los cristales. Era una carrera inverosímil, un concurso por la estupidez. Rayaba lo inaudito, suponía el eslabón más bajo de la más absoluta y completa estupidez humana. Y en verdad, así era.

Las dos más grandes iban en cabeza. Una a distancia de la otra, ambas peleándose por el primer puesto. El primer puesto en una caída a contrarreloj, una caída libre acolchada por la fuerza de la gravedad, una caída libre que iba a parar al suelo.

Plof.

La más gorda cayó primera y se estrelló contra el baldosado. A cámara lenta, había visto pasar su vida en imágenes en los últimos minutos de existencia, justo antes de estallar en mil pedazos. Mil pedazos de hidrógeno y oxígeno repartidos a partes distintas, expandidos en cantidades no homogéneas.

Plof.

Su compañera de escapada calló al verla, pero no tenía freno de mano. De pronto se vio sumergida de manera imparable en un tobogán sin tobogán que le trajo como destino el mismo final que a su predecesora.

Plof, plof, plof.

Una tras otras, las del pelotón fueron cayendo sin remedio ni solución. Caían todas a una, como los de Fuenteovejuna. Pero sin más fuente que la de su propia agua, y sin más oveja que la metáfora de su rebaño.

Plof, plof, plof.

La más completa estupidez humana.

Plof, plof, plof.

Uno tras otro, cayendo sin evitarlo y callando sin hacer nada al respecto. Como un rebaño mal dirigido, siguiendo al cruel pastor que nos invoca en la cima más alta del más ostentoso precipicio. Arrastrados de manera violenta a una situación no necesitada, pero no evitada.

Plof, plof, plof.

Y abajo, frente al montón, los jueces. Un 10, un 8, un 7. Una caída estupenda.

Una caída estúpida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario