jueves, 28 de noviembre de 2013

A veces me siento en un banco azul, y otras me levanto

Hay veces que no lloro por miedo a sonreír. Veces que no río, por miedo a ser feliz.

A veces me siento en un banco azul y contemplo las estrellas. Están lejos y brillan, son pequeñas y parpadean.

A veces me siento en un banco azul. Otras, simplemente, es rojo. A veces no hay banco, pero siempre está. Está allí y está conmigo. Esta aquí y en todas partes.

Sentado en mi banco, saca el puñal dorado. Sin piedad y sin rencor, lo clava, lo hunde. Oye, imbécil, no hablábamos de ese tipo de penetración.

Entonces se aleja y se viene y se va y se vuelve y gira y retorna y no entiendo nada. Otras veces, simplemente, no cura. El alcohol es muy fuerte y está distante, y las penas ahogadas no son menos penas, sólo sumergidas. Ya olvidé el sabor de esas penas.

Entonces no está, pero sigue ahí. Otro pinchazo, maldito puñal dorado. Oye, imbécil, no era esto lo que habíamos hablado.

A veces me siento en un banco azul. Tal vez sorprenda y me coja de la mano. Y tal vez la suelte y me caiga del banco. Entonces no entiendo nada. Pero siempre está.


© Original: 25 Noviembre 2013

viernes, 22 de noviembre de 2013

Cuando huela a podrido, escapa

   El mundo era pequeño, bonito y simbólico; y bajaba por la acera de la Calle Tres. No llevaba nada más que su maletín, colgado al cuello con gesto de desaire. Arrastraba tras de sí un rastro bello de flores marchitas que, pudriéndose, desglosaban gusanos de metal de ricos magnates de oro. Y era tal su esplendor que todo a su alrededor callaba, muriéndose en una burbuja de vano silencio. Pútrido silencio. Cruel silencio. Salvaje silencio.

   Silencio.

   Silencio era el nombre del mundo bonito, pequeño y simbólico, que como cada noche volvía de visitar la esquina de las zorras de al lado.

   Pero entonces explotó, y de sus palabras brotaron cenizas que ardieron y que las mató el fuego de su estupidez.

   No sufras, Silencio. No eres tú: ser mundo es cruel. Pero algún día despertarás, y los gusanos se tornarán mariposas.

miércoles, 30 de enero de 2013

Y por otra parte

Los días pasaban. Pasaban más rápido o más lento, pero pasaban, al fin y al cabo. Que no era poco.

Y con eso, para algunos, ya valía.

Para otros, el frenesí arraigado de la ciudad les empujaba inconscientemente hacia un abismo de tinieblas. De tinieblas encerradas. De sombras tenebrosas. De demonios engañosos que se ocultan entre paredes y penetran en corazones. Y calan hondo, muy hondo. Y llenan de mierda hasta el fondo. De mierda propia, que no ajena. De sentimientos enfrentados, de mil contradicciones absurdas.

De problemas tontos, y de tontos llenos de problemas. Un frenesí que incita al descontrol humano-social, que altera la simbiosis con nuestro oscuro alter ego -ése que por lo general tenemos calmado; ése que, de hecho, no somos nosotros, sino un oscuro ser que, de vez en cuando, intenta apoderarse de nuestro nosotros real y auténtico, o al menos ese nosotros que en su día a día intenta demostrar que es real y auténtico.

Y es entonces cuando hace eco el orgullo. Cuando anula la razón y oscurece el corazón. Cuando hay demasiados corazones sin consuelo. Cuando sólo se venden demasiados fríos y negros momentos. Que el orgullo no arriesga, y por eso no gana.

Pero qué importaba. No importaba. Los días pasaban. Pasaban más rápido o más lento, pero pasaban, al fin y al cabo.

Y por otra parte, no pasaban. Desde que el abismo de tinieblas había llegado, pasaban y no pasaban. Pasaban sin pasar. Pasaban sin leer, en un ojear sin hache.

Y por otra parte, dolía.

"Y no había agallas para arreglarlo", dijo el orgullo. "Y había dolor que impedía avanzar", dijo el corazón. "Pero no había nada que temer", razonó la razón. "Pero no lo hiciste", reprochó la amistad.

Y por otra parte, llegaba tarde una vez más, en su frenesí por huir de la ciudad.

No obstante, se cruzó con un letrero.

"Si la vida te da limones, ¡exprímelos y bebámonos su zumo!"

Así que bajó y se paró ante el árbol limonero. Y bebió de su zumo, exprimido sobre una cerveza.