"C'est le temps que tu as perdu pour ta rose qui fait ta rose si importante."
- ¡Buenos días! -dijo el zorro.
- ¡Buenos días! -respondió cortésmente el Principito.
- ¿Qué significa "domesticar"?
- Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos"…
- ¿Crear vínculos?
- Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
- Comienzo a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
- Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
El zorro se calló y miró un buen rato al Principito:
- Por favor... domestícame -le dijo.
- Bien quisiera -le respondió el Principito-, pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
- ¿Qué debo hacer? -preguntó el Principito.
- Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El Principito volvió al día siguiente.
- Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
De esta manera el Principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida…
- ¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
- Tuya es la culpa -le dijo el Principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique.
- Ciertamente -dijo el zorro.
- ¡Y vas a llorar! -dijo el Principito.
- ¡Seguro! –exclamó el zorro-. Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El Principito se fue a ver las rosas, a las que dijo:
- No sois nada, ni en nada os parecéis a mi rosa. Nadie os ha domesticado ni vosotras habéis domesticado a nadie. Sois como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al Principito, que continuó diciéndoles:
- Sois muy bellas, pero estáis vacías y nadie daría la vida por vosotras. Cualquiera que os vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de vosotras. Pero ella sabe que es más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué, porque yo le maté los gusanos y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
- Adiós -le dijo.
- Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
- Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el Principito para acordarse.
- Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
- Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el Principito para recordarlo.
- Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
- Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el Principito a fin de recordarlo.
© Le Petit Prince, Antoine de Saint-Exupéry
[Fragmento capítulo XXI]